por Equipo Editorial

SINGULARIDADES RETICULARES

DRA. PATRICIA TOVAR

 

Antes de nombrar, antes del lenguaje está la presencia. Percibimos la presencia de cada cosa y de cada existencia como una intensidad que nos afecta. Nuestro vínculo con el mundo es profundamente sensible y emocional. Nuestro cuerpo es presencia y es cualidad sensible, que se afecta y relaciona con múltiples otras cualidades sensibles humanas y no humanas.  El afecto caracteriza nuestra relación con el entorno, nuestro devenir es un tejido de afectos, de sentires. Participamos en la complejidad como presencias sensibles, como cuerpos, como singularidades en relación con otras presencias, en movimiento, de forma dinámica, emotiva y fluida. Es la experiencia vivida, la base de nuestra reflexividad; la relación con el entorno y con otras presencias es la posibilidad de tomar conciencia de nuestro cuerpo. El afecto implica reconocer que nuestra presencia se dibuja a partir de la devolución de la mirada de los otros y de su escucha.

Comprendemos que estamos en un proceso de transformación continuo, que todo se reconfigura en nuestro sentir, en nuestro cuerpo y en nuestro vivir. Así, las identidades, los cuerpos, el mundo mismo son plásticos, maleables, creativos. Nuestra historia biológica y social es colectiva, somos fruto de un devenir en relación.

Nos podemos pensar como singularidades reticulares que participan del tejido, de la complejidad, social, biológica, ecológica y artefactual; con capacidad de autonomía y de incidencia en la extensa red de relaciones que nos forma y a la vez que conformamos. Nuestra vida es una vida en común, en comunidad y en diálogo. Esto refiere a una circularidad y a una posibilidad de co-crear saberes, también a una capacidad sensible y poética de participar en la reinvención del mundo. Sin embargo, la actividad humana se ha tornado violenta, rompiendo este circulo dialógico con la totalidad. Nuestras acciones se han tornado irreflexivas, absurdas y caóticas. “La antropía, una variante casi homófona de la entropía, puede entenderse como la producción de entropía (perturbación, desorganización, disipación de energía, agotamiento de los recursos) por las sociedades humanas, es decir, a través de los procesos tecnoeconómicos de producción y de consumo”[1].

En el sistema actual se iguala vivir a consumir, hay una saturación de estímulos que impiden la reflexividad, el consumo tiende a homogeneizar; los procesos tecnoeconómicos actuales de producción y consumo nos des-singularizan, aumentando el caos, la desorganización, la falta de sentido de comunidad. Las voces se apagan y tenemos cada vez menos qué decir, menos qué reflexionar y nuestras acciones tienden más a la reproducción que a la reinvención y la co-creación. Entonces, al mismo tiempo que se destruyen los ecosistemas y se quebrantan los vínculos con otras especies, otras presencias, nosotros los seres humanos estamos siendo privados de nuestra singularidad, para convertirnos en consumidores. ¿Qué podemos vislumbrar desde el caos generado, qué hay que hacer o proponer?  ¿Es el cauce actual, uno trágico y autodestructivo, nos conducimos como rebaños hacia el precipicio…?

“Tomado en su sentido más amplio, y no sólo como se entiende físicamente en termodinámica, un proceso entrópico es aquel que implica la tendencia de un sistema a agotar sus potenciales dinámicos y su capacidad de conservación o renovación”[2]. Esto implica que una forma de responder a este proceso entrópico extendido, es generando lo improbable. Es decir, aquello que se escapa de lo propuesto como deseable por el propio sistema. Si la domesticación del deseo a través del consumo es el centro mismo del caos, entonces la recuperación de formas insospechadas del deseo es la reversión de la tendencia caótica, de guerra y de vacío. Se trata de recuperar las experiencias mínimas de gozo, los saberes locales, el sentido de la existencia en relación, el saber vivir, el disfrute de lo próximo. Esto incluye la reapropiación de la tecnología, la reescritura de los mitos, la recuperación de rituales.

Rediseñar las redes análogas y las redes digitales, como redes hermenéuticas. “Una web hermenéutica permite a los individuos practicar interpretaciones activas y expresiones singulares, a diferencia de las plataformas actuales, que funcionan sobre la base de la captura de datos y su tratamiento informático intensivo”[3]. Emerge la importancia de pedagogías dialógicas, que integren lo tecnológico para reapropiarse de las herramientas existentes y poner en marcha “redes sociales deliberativas que tendrían la función de poner las plataformas digitales al servicio de la creación de comunidades de conocimiento y ya no de captar la atención y explotar los datos. Las tecnologías digitales se convertirían entonces en soportes de procesos anti-entrópicos de co-individuación en lugar de agentes de entropía psicosocial”[4].

Estas otras maneras de generación de comunidades, requieren de integrar la agencia social del arte que nos lleve a vivir y revivir formas afectivas de relación, reencontrándonos así con nuestra existencia y reconociendo nuestra propia singularidad en diálogo abierto con toda la vida.

Abandonemos el control y la homogeneización, pongamos en marcha la circulación de todas las formas de conocimiento, generemos formas improbables de afecto y reflexividad.

 


[1] Stiegler, Bernard with the Internation collective. Bifurcate (2021) p307.

[2] Stiegler with Internation, op.cit. p311

[3] Ibidem p316

[4] Ibidem p 317

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