Resistir al espacio moderno

por Javier Caballero

 

 

Espacio A: Buscaba. Como lo hago desde hace años, me pongo a buscar deseando no encontrar, pero no sé porque en este caso sí quería hacerlo. Será que buscar sin encontrar no siempre es motivante, aunque ello siempre me obligue a resistir, a oponerme, a no dejar de intentarlo. Así que entré al diplomado con la firme convicción de encontrar una respuesta a la pregunta que me rondaba por la cabeza: ¿Puede el arte ser un territorio de resistencia política? ¿Puede un objeto arquitectónico desestructurar el espacio que el poder global impone como el único posible?

Corolario 1: Desde su inicio, el proyecto moderno se vio obligado a utilizar el tiempo y el espacio como dispositivos de regulación social; como componentes indispensables en la conformación de una sociedad que en algún punto trascendería la escasez, el conflicto y la adversidad. Este estado, que es y ha sido un tiempo y un espacio, se llamó Utopía, y se configuró como una teleología que justificó la especificidad colonial sobre la que se desarrolló el proyecto en su conjunto.

Sin duda, la utopía que soñaron los primeros modernos partía sin duda del mismo relato que había diseñado la escatología cristiana, sólo que esta vez, pensaban, no se trataría de una metáfora, sino de un producto material creado a ras de tierra.

Resistencia 1: Como saber, la arquitectura no puede ser exclusiva de los grupos dominantes. Existen un sinfín de formas de producir y concebir el espacio, de habitarlo y apropiarlo. Desde luego resulta sencillo suponer que muchas de ellas son formas de resistir a un modelo que se impone como unívoco, pero ¿cómo se resiste en la producción espacial?

Corolario 2: Paulatinamente, la arquitectura comenzó a desarrollarse como parte de la estrategia de imposición civilizatoria. Se distribuyeron los cuerpos, se clasificaron y se estructuraron a partir del espacio en el que desenvolvían la existencia. El objeto arquitectónico se pensó como una estructura fija en la que se podían codificar y decodificar los comportamientos necesarios para esta, para reproducir la vida y más tarde, para producir excedente. Pero ¿realmente la arquitectura es espacio estático? Tanto Kant como Baumgarten irán creando una estética que supone a un observador que yace fuera de la obra y que experimenta cierta sublimación del ser. Arte y arquitectura, se volverán la expresión más viva, el manifiesto tácito del proyecto moderno.

Metonimia: Decidí desarrollar mi investigación en torno a la resistencia espacial y artística que ofrece lo que la historia del arte denominó barroco. Así que más que un simple estilo en la historia del arte, quise incorporar lo barroco como una categoría que visibiliza una forma de comportamiento que resiste a dos instancias: a la ausencia y a la imposición de un paradigma. Desde mi perspectiva, el ethos barroco se manifiesta hoy en la producción del espacio urbano popular, y permite que las personas que yacen destinadas a la “incorporación por exclusión” puedan hacer de ésta su materia creativa.

Resistencia 2: En las que decidimos llamar colonias liminares, espacios en la ciudad en los que las personas transitan entre la ideología de consumo y la tradición rural, la estética de lo estático se hace imposible. Las personas producen el espacio no con fronteras y delimitaciones materiales, sino con intervenciones efímeras, diversas y muchas veces improvisadas: la arquitectura se hace mientras se vive y se transita, mientras el cuerpo se desplaza, se transforma y se resignifica. Los enunciados espaciales no son fijos, y aunque muchos enclaves residenciales intentan desvanecer la transitoriedad, la resignificación del espacio se vuelve instrumento de lucha, de resistencia. El proyecto moderno, al final, se ha ido convirtiendo en una variable incontrolable.

Espacio B: Rodeado de personas que piensan el arte como parte de un nexo social, la idea de pronto se me va. No es la obra lo que vale, sino las personas, sus historias, sus modos de sentir y de pensar. Tal vez si la obra de arte no sirve para mirar eso, entonces el arte no sirve para nada. Aprendí en el diplomado a mirar a través del arte, pues éste no es más que un cristal por donde se puede mirar lo que la gente hace, lo que las personas son.

Corolario 3: Por el momento, el único instrumento conceptual que puede ayudarnos a comprender la producción del espacio como algo que forma parte del hecho social es la performatividad, ya que ésta apela al acto mismo de realización como el momento productivo. Si partimos de la idea según la cual el acto performativo es constitutivo del cuerpo, es decir, que el cuerpo sólo se realiza en tanto que despliega una acción intersubjetiva, y éste es a su vez una espacialidad, afirmaremos entonces que la acción de constituir intersubjetivamente el cuerpo es un “acto” espacial, un “acto” que produce espacio en la medida en que ese cuerpo se despliega en sí mismo a través del otro. En este sentido, el espacio nunca está determinado a priori, sino que se realiza únicamente en el momento vinculante.

Resistencia 3: Si el arte forma parte sustancial del proyecto político de la modernidad ¿podemos imaginarlo como instrumento de lucha contrahegemónica? Lo personal es político, y el arte también lo es. La producción del espacio, siendo ubicua, puede coadyuvar en un proceso de transformación social que prescinde de la acumulación y la destrucción como instrumentos del desarrollo humano.

Espacio C: Al final me expando en el sueño. Haber compartido espacio, tiempo y algo de uno mismo lo vuelca sobre el corazón. Quiero suponer que al final del camino encontré algo más que una respuesta.

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