Restitución y prodigiosas riquezas del Perú

por Verónica Zela

Verónica Zela

veronicazela@gmail.com

 

Hace unos meses pasé una temporada en Sevilla. Una ciudad tranquila, placentera y de ininterrumpidos cielos azules, muy diferente a Lima, de donde soy. Al caminar sus calles fui testigo de la opulencia musulmana y católica así como de un entrelazamiento cultural con glorias, saberes y violencias sedimentadas. La historia de Sevilla no la siento propia, sin embargo, por más lejano que ya parezca, reconozco que me ata a ella un vínculo colonial. En el corto tiempo que estuve allí, yo deseaba implicarme con este territorio infiltrándolo con acciones que sutilmente evoquen las relaciones entre modernidad y colonialidad. Tenía particular interés por reflexionar audiovisualmente en torno a la metalización del mundo triangulando minería, palabra y cuerpo. Es por ello que concebí dos acciones que registré en video.

Los puertos de Sevilla y del Callao funcionaron como una suerte de binomio estratégico en la consolidación del proyecto colonial. Casi trescientos años de tráfico constante de enormes navíos llegados del Callao cargados con oro y plata, contribuyó a dar forma y sustento a un régimen extractivista que pervive hasta hoy. El dominio del territorio conquistado estuvo atravesado por una visión cartesiana de la vida que pacta predeterminadamente modos jerárquicos de socialidad. De ella se desprende la dicotomía naturaleza/cultura cuyas consecuencias son tan trágicas como ineludibles. La magnífica edificación de Sevilla y el emplazamiento de la Corona española como imperio en el siglo XVI supuso el vaciamiento de territorios a decenas de miles de kilómetros.

En esa temporada leía en paralelo tres libros: “La Nueva Corónica y Buen Gobierno” del cronista indígena de la colonia, Felipe Guamán Poma de Ayala, “Poesía Minera Andina” antologada por Alberto Benavides y “Lugares parientes: Comida, cohabitación y mundos andinos” de Guillermo Salas. Cada uno de ellos me ayudó a renovar un sentir sobre lo que estuvo comprometido al iniciarse la actividad minera durante la Colonia. Una crónica de denunica en la que textos y dibujos documentan un tiempo de radicales transformaciones y exterminio;  poemas que manifiestan la función de la palabra en la naturalización del extractivismo y el sentido de propiedad como modos de pensamiento colonial; un texto académico que hilvana, con testimonios de campesinos y curanderos andinos, modos de agencia y socialidad que trascienden lo humano.

 

Acompañé estas lecturas con caminatas casi diarias por la ruta que seguía la mercadería una vez llegada a la metrópoli: puerto de Sevilla, Atarazanas, Casa de Contratación y Casa de la Moneda. Lo hice inmersa en la atmósfera de un espacio antiguamente al servicio de la administración imperial y hoy transformado en meca turística. Distintas lenguas, cascos de caballos, risas y cante flamenco daban la impresión de estar dentro de una postal sonora. A simple vista el casco histórico de la ciudad no está sujeto por ningún antagonismo. Hoy en día el circuito extractivo que se construyó entre el puerto de Sevilla, el del Callao y los Andes se desdibuja con narrativas turísticas que naturalizan la explotación sistemática del territorio. Sin embargo, esta caminata rutinaria fue una forma de conocimiento existencial y sensorial que progresivamente estimuló la emergencia de reflexiones sobre las rutas del extractivismo colonial.

 

Mi primera acción la realicé en lo que fue la sede de la Casa de Contratación de Indias ubicada dentro del Real Alcázar de Sevilla, atractivo turístico masivo que recibe más de un millón[1] de visitantes al año[2]. El Salón del Almirante y la Sala de Audiencias fueron dos oficinas de la Casa de Contratación abocadas a operar los viajes comerciales con las colonias. En ellas, hoy, dos cartelas reciben a los visitantes con breves textos que reproducen una suerte de predestinación que naturaliza la conquista de América, llamada aún “descubrimiento.”

 

Salón del Almirante

Debe su nombre al Tribunal del Almirantazgo de Castilla, que tuvo su sede aquí. El Salón del Almirante era una parte de la “Casa de Contratación de las Indias”, institución fundada en el Alcázar de Sevilla en 1504 por Isabel la Católica tras el descubrimiento de América para la regulación del comercio entre España y el Nuevo Mundo.

Sevilla fue puerto elegido por la reina por la seguridad que ofrecía frente a posibles ataques piratas, conviertiendo a la ciudad en Puerto y Puerta de América, y capital europea del comercio durante el siglo XVI. Aquí fue donde el Piloto Mayor Américo Vespucio, Magallanes y Elcano trazaron la primera vuelta al mundo, y Juan de la Cosa realizó el primer mapamundi de la historia. Esta sala está decorada con pinturas de temática histórica del siglo XIX y principios del XX. Hoy en día es nuestro Salón de Conferencias.

 

Sala de Audiencias:

La Sala Capitular o Sala de Audiencias, hoy Capilla, es de forma cuadrada y la recorre un banco de piedra, asiento de los capitulares. Un altar con un magnífico Tríptico de Alejo Fernández, “La Virgen de los Mareantes”, preside esta estancia.  La escena central es la imagen de María con un manto, acogiendo a personajes relacionado con el descubrimiento del Nuevo Mundo, flanqueada por cuatro santos: a la izquierda, San Sebastián y Santiago, y a la derecha, San Telmo y San Juan Evangelista. En la parte de abajo se representan los siete tipos de Navíos que existían en esa época. El artesonado es del siglo XVI con motivos decorativos renacentistas.

En 1967 se reforma tapizando las paredes con los escudos del Almirantazgo español. Aquí se reunían los miembros del gobierno de la Casa de la Contratación.

En este espacio me interesó desmontar ciertos parentescos entre colionialidad y turismo a través de cuerpo y palabra. Uno de estos parenescos, quizás el más evidente, es el consumo pasivo con el que se visita un espacio que produjo tanta violencia y explotación. Mi idea fue hacer confluir en un mismo lugar y en un lapso de tiempo determinado hilos de la herencia colonial materializados en: la carga simbólica de una habitación abocada a garantizar el comercio colonial hoy vuelta producto turístico; la escritura como sistema de poder, bien para oprimir y naturalizar una economía extractiva, bien para explorar sus posibilidades de resistencia; mi cuerpo y mi voz  como vasos comunicantes.

Preparé una intervención de lectura cuya duración estuvo delimitada por el propio flujo de visitantes al Salón de Audiencias. Entré al salón como una visitante más pero en vez de ocupar el espacio observándolo o fotografiándolo, lo hice leyendo en voz alta una variación del poema colonial “Prodigiosas Riquezas del Perú” de Rodrigo de Valdés escirto en el s. XVII. Al poema original lo infiltré con un fragmento del testimonio sobre el Apu Utupara tomado del libro Lugares Parientes de Guillermo Salas y con una frase del cronista indígena Felipe Guaman Poma de Ayala, asimismo con la repetición de ciertos versos para desestabilizar una construcción discursiva que naturalizó el adueñamiento del territorio. Con estos gestos lingüísticos, me interesaba evidenciar el ánima no-humana de las montañas de donde eran extraídos los minerales.

La segunda acción la llevé a cabo en el Puente de Triana o Puente Isabel II en ángulo con lo que fue el puerto de Sevilla. Desde aquí zarpaban embarcaciones hacia las colonias españolas llevando recursos para la vida diaria de los colonos y población que ocupara el territorio conquistado y retornaban cargadas de recursos, minerales en su mayoría. Hoy el puerto es un punto de encuentro para departir mientras uno se calienta al sol. Este tiempo apacible no remite a sonidos, olores o ejercicios de abordaje y desabordaje de hace cuatro siglos. ¿Qué había tenido que ocurrir en los Andes para que se erijan opulentos edificios, para que como Guaman Poma de Ayala escribiera, “Por la dicha mina es Castilla”? La edificación de un imperio supuso el vaciamiento de las entrañas de otro. Esto es algo que sigue ocurriendo, por ello, en este caso, deseé llevar a cabo una acción para simbólicamente restituir el cuerpo del territorio vaciado. Una montaña en primer plano se erige recuperando su tierra de la metrópoli que se la quitó.

En este caso es un gesto repetitivo, casi mántrico, del que me valgo para evocar la vida de una montaña anónima. A diferencia de la anterior, esta acción la concebí indisociable de la edición. Es decir que es en el proceso de edición donde mi sortilegio se completaría haciendo uso de la herramienta de inversión. Mi cuerpo genera la acción pero en el registro de video solo mis manos, la tierra y la canasta son centrales. La acción duró lo que tardó la tierra en colarse de la canasta. El puerto queda como un paisaje de fondo, como lo es también, en muchos textos y pinturas, “la naturaleza” de los territorios conquistados o científicamente estudiados.

Ambas fueron acciones sutiles hechas públicamente pero en solitario con las que no irrumpí en el paisaje. Más bien tomé algunos de sus elementos constituvos para procesarlos emotiva y críticamente. Esta decisión la tomé en consonancia con mi propio temperamento y subjetividad. En lugar de asumir una voz representativa que se imponga, opté por modos discretos y hasta rituales para dialogar con diversas capas de un territorio colonial que toca mi vida.

Lo que dije en el Salón de Audiencias fue escuchado por unos pocos que se acercaron distraidamente a mí. En el segundo video, predomina el movimiento y la repetición como sustancia insistente de resistencia. Ambas acciones fueron duracionales, es decir que estaban previstas para ser grabadas por un arco temporal condicionado por la lectura del poema y la afluencia de personas al Salón de Audiencias y por la desaparición-emergencia del cerro mientras lo cernía.  Mi presencia puso a trabajar la agencia de mi propia subjetividad para tratar de reflexionar critica y sensorialmente sobre el extractivismo como modo de pensamiento.

[1] https://www.diariodesevilla.es/sevilla/Alcazar-supera-millon-visitantes-ano-2022_0_1714029016.html#:~:text=El%20Real%20Alc%C3%A1zar%20de%20Sevilla,marc%C3%B3%20un%20r%C3%A9cord%20de%20visitas.

[2] Cifra que contrasta con los dos millones de turistas extranjeros que viajaron al Perú en 2022 de acuerdo al reporte de Diciembre de 2022 del Ministerio de comercio exterior y turismo.

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