Crisis venezolana: la cartera hecha de billetes para guardar dinero

por Diana L. Ortega Valencia

El pasado mes de agosto, en un café del centro de Pereira, Colombia, una ciudad que queda en el centro occidente de este país, llegó una señora de procedencia venezolana a ofrecer carteras y bolsas que ella fabrica con billetes que ya salieron de circulación en Venezuela. Desde el momento en que compré la cartera este objeto pasó de ser un artículo de utilería en mi bolsa a ser una pieza de observación desde la antropología del arte. Es así que para terminar mi proceso de formación en el Diplomado de Antropología del Arte, mi reflexión gira en torno a esta cartera como un “agente” –concepto que retomo de Alfred Gell– para reflexionar sobre las relaciones sociales entre personas propiciadas por el objeto y las relaciones que desencadena el objeto desde la abducción de su significado.

“Salman Rushdie “La sensibilidad migrante” tiene que ver con esa suspicacia hacia la realidad que tienen aquellos que por alguna razón han migrado de sus lugares de origen hacia otra parte teniendo que tejer una nueva trama de existencia. Hay una posición intersticial en el que migra, en el que viaja.” Patricia Tovar (2019)

Retomo esta frase de Patricia Tovar porque mi reflexión hacia las relaciones con los venezolanos me mueve desde mi sensibilidad migrante. He retornado a Colombia después de vivir casi 9 años en México y al regresar me encuentro con una migración muy alta de personas procedentes de Venezuela, quienes a través del trabajo informal y la realización de oficios varios con una remuneración salarial muy por debajo del mínimo legal vigente se están estableciendo en Colombia o se están quedando una temporada mientras consiguen recursos para irse a otro país, en busca de mejores condiciones de vida y de conseguir los elementos básicos para su subsistencia tanto de los que se aventuran a la diáspora como de los que se quedan esperando algo de efectivo para vivir en Venezuela o ahorrar y poder viajar a Colombia para reunirse todos nuevamente. Cosas que no pueden obtener en Venezuela como consecuencia de la crisis social y económica que están viviendo actualmente en ese país.

Desde el 2015 al presente Venezuela pasa por una diáspora masiva de personas nacidas en ese país, que se han trasladado a diferentes lugares entre ellos Colombia, en la búsqueda de condiciones más esperanzadoras para su futuro inmediato y el de sus familias. La crisis hace parte de una recesión económica y un proceso inflacionario que ha llevado al empobrecimiento de Venezuela y con esto la desilusión de jóvenes universitarios o en etapa de formación y sus familias que ven en el emigrar la opción para la subsistencia diaria. En términos de algunos jóvenes venezolanos que he escuchado en el sistema de trasporte público de Pereira vendiendo dulces es “…salí de mi país buscando el sustento diario y cómo ayudarle a mis familiares que aún siguen allá”.

Esta crisis que ve su inicio por la caída del precio del petróleo, seguido a un asistencialismo que se propició desde la presidencia del fallecido Hugo Chávez, desencadenaron una súper inflación que tiene como consecuencia la crisis humanitaria que se vive con la emigración de venezolanos a otros países.

Pero ¿para qué realizo este contexto y qué tiene que ver el objeto de estudio escogido en esta reflexión?

La cartera es hecha con billetes venezolanos de 100 bolívares[1], este billete era el de mayor valor monetario en Venezuela en el 2015, pero a finales de ese año se sacaron del mercado buscando frenar las mafias que se habían apoderado del billete y estaban haciendo intercambios en la frontera colombo venezolana. Paradójicamente estoy hablando de una cartera hecha de billetes para guardar billetes, pero no es cualquier clase de dinero y tampoco cualquier clase de cartera, porque quien hace la cartera es una venezolana que en pleno 2019 guarda billetes de 100 bolívares que ya no tienen ningún valor de cambio, pero ella los está potencializando al volverlos una pieza de arte etnográfica por el valor social que ésta tiene, que yo le ataño.

Desde un contexto antropológico, estoy hablando de la cartera como agente detonador de relaciones sociales que explica una crisis económica y humanitaria. Una cartera hecha por una migrante venezolana que tiene una situación migratoria no regularizada en Colombia y no puede conseguir un trabajo fácilmente, por tanto, busca la manera de subsistir transformando los billetes que ya no le representan un valor monetario directo en un objeto que le genere de nuevo un valor económico al venderlas.

Cuando adquirí esta cartera, ya dejo de ser una cartera ordinaria y la cargué de significado, de agencia, porque a través de ella se puede contar una historia, una memoria social, de una población que ha decidido salir de su país de origen, en este caso Venezuela, y han buscado espacios en su país vecino, Colombia. Particularmente en Pereira, ciudad donde me encuentro con el objeto y lo que rodea esta pieza, desde mi punto de vista, un objeto que tiene todo el carácter para ser analizado desde la antropología del arte a la luz de Alfred Gell (2011) y su teoría de la agencia del objeto.

Dice Alfred Gell (2011): “la ´teoría antropológica del arte´ es una teoría de las relaciones sociales que prevalencen alrededor de las obras de arte o índice. Estas forman parte del tejido de la vida social dentro del marco biográfico –antropológico– de referencia y solo pueden existir mientras se manifiesten por medio de acciones. Los agentes son los que llevan a cabo las acciones sociales, que surten efecto sobre los “pacientes” (estos también son agentes sociales, solo que en posición de “paciente” ante el agente actuante). A efectos de la teoría antropológica del arte, las relaciones entre agentes y pacientes sociales se despliegan entre cuatro “términos” —entidades que pueden relacionarse—…”: índices, artistas o creadores, destinatarios y/o prototipos.

A la luz de esta definición el análisis es el siguiente:

Índices: “entidades materiales que propician abducciones, interpretaciones cognitivas. etc.”

La cartera funciona como Índice, un detonador de una reflexión acerca de la crisis económica en Venezuela por una hiper inflación que eleva los costos de los productos básicos y el papel moneda va perdiendo valor, orillando al gobierno a tomar medidas para intentar estabilizar la economía y garantizar las transacciones básicas en efectivo como es la compra de leche, carne o verduras en una tienda, las cuales si no se hacen en efectivo costarán el doble de lo que ya valen. Pero la cartera no dice eso, esto se abduce en el momento en el que el posible comprador de la cartera se pregunte ¿por qué usar los billetes para hacer carteras? ¿Qué pasó con esos billetes?

Artistas u otros creadores: “a quienes se les atribuye por abducción la responsabilidad causal de la existencia y las características del índice”

La cartera la hace una venezolana quien tiene habilidades manuales y convierte unos billetes de desecho en un recurso, una pieza que le puede generar ingresos para su subsistencia. Pero esa cartera no habla de ella, habla de todos los venezolanos migrantes que están varados o intentando formar una nueva vida en otros países, forzados por una crisis social, económica y política en Venezuela. No es una migración que decide buscar nuevas opciones de vida d manera libre, son más un tipo de migración obligados porque artículos de primera necesidad como los alimentos se escasean y se encarecen, haciéndolos impagables.

Destinatarios: “sobre los que los índices ejercen la agencia, o quienes manifiestan agencia a través del índice, conclusiones a las que se llegan por abducción”.

Y esa cartera llega a mí, a mis conocidos, a ustedes, y nosotros nos volvemos sus destinatarios, al principio solo podemos ser “pacientes” pero a través de la abducción nos convertimos en agentes de ese Índice y los venezolanos se tornan en agentes al ser vistos por medio de su diáspora, de las labores que realizan para la subsistencia, de la precariedad con la que llegan a sus lugares de tránsito o destino y es esa cartera el Índice para seguir reflexionando sobre esas relaciones sociales que ahí se establecen, que se conjugan el un azar de suerte y destino para estos transeúntes.

Prototipos: “entidades que se piensan por abducción que están representadas en el índice (a menudo, pero no necesariamente) por semejanza visual”.

Es la cartera hecha de billetes de 100 bolívares donde la cara de Simón Bolívar se encuentra, la que habla de la hiperinflación, de la crisis que empezó con el petróleo, en un país que vive más de la importación y que por consecuencia al caer los precios del crudo, se les encarecieron los precios de la canasta básica, y es la cartera casi una imagen poética y paradójica de una pieza hecha de billetes para guardar billetes; una cartera que representa un dinero que ya no tiene valor y perdió su valor por las decisiones de un gobierno que no ha podido superar la crisis y tiene la implementación de unas medidas económicas que restringen la obtención de dinero en efectivo y que encarece la vida a la hora de obtener los recursos básicos para el sustento diario. Representa a una comunidad venezolana rica y pobre que no puede vivir en su país de origen a causa del encarecimiento de la vida y las restricciones bancarias para poder hacer uso del dinero en efectivo[2].

Hablamos entonces de un objeto que en términos de Gell sería un Índice, que me permite a mi hacer una abducción de la agencia, es decir, transformar este Índice en un referente para hablar de las relaciones de personas a través del objeto y de relaciones de personas y objetos, todo desde una perspectiva de la antropología del arte.

La cartera como objeto y como Índice básico es un objeto para guardar dinero —como ya lo he mencionado—, hay de diferentes clases, materiales, formas y colores. Pero más allá de ser una cartera con el uso social que ya se ha establecido, la cartera de la que hablo me permitió hacer una inferencia más allá de su significado básico, porque es resultado de una relación en un contexto social actual de migración, escasez, diáspora, supervivencia, adaptación y resignificación de la vida en sociedad a partir de una crisis humanitaria desencadenada por una crisis económica.

Esta cartera no es una obra de arte, al menos no ha sido significada por la institución, por tanto es un objeto de carácter antropológico que me permite hablar de lo que llevó a los venezolanos a migrar y de las relaciones sociales que se tejen en este caso, entre colombianos y venezolanos que conviven en un mismo país —Colombia—, en busca del sustento diario o “del rebusque” como coloquialmente podríamos hablar de la situación de las personas que no tienen un trabajo estable con prestaciones de ley y un sistema de salud que los acobije.

Es esta cartera un objeto antropológico que me permite hablar de las relaciones de personas con este objeto, en este caso, mi relación como colombiana que compra la cartera a una venezolana pensando en lo bonita que le quedó y lo bien tejida que está y lo novedoso de la pieza artesanal. Un tejido a mano que devela dedicación a la hora de doblar y entrelazar cada uno de los billetes para que generen un patrón de tramas que den forma a una cartera utilitaria y bien vista a los ojos. Una relación que desde la abducción del objeto, me habla de la venezolana que aprovecha el papel moneda que trajo de su país, ya no tiene valor de cambio como billete pero ella le vuelve a dar valor de cambio al convertirlo en un objeto de venta con el cual pueda recibir dinero con valor monetario, que puede usar en el área comercial para satisfacer necesidades que requieren de dinero para hacer intercambio.

Una cartera hecha de billetes que ya no tienen valor directo, pero sus portadores le generan un valor de cambio.

Antes de encontrarme con esta cartera los venezolanos vendían los billetes en los semáforos. Cuando su dinero tenía valor de cambio. Cuando me encontré con la señora que teje estos objetos los billetes ya no valían como dinero, pero ella siguió haciendo del billete un objeto de valor al hacerlo cartera. Aunque ella reconoce que ya sus billetes no valen como moneda de cambio ella guarda la ilusión de que vuelvan a valer algún día y mientras eso pasa –o espera que pase— los vende a los colombianos como billetes de colección y ahora como objetos con valor agregado, haciendo carteras para guardar dinero que sí tenga valor monetario.

“Los agentes, por lo tanto, no solamente “utilizan” los artefactos, sino que también “son” los artefactos mismos, que conectan a los primeros con los otros sociales” (Gell, 2011: 53)

Los objetos, las imágenes, los sonidos y en general toda intervención mediática que ponga en relación a las personas son poderosos mecanismos de estudio para la Antropología del arte. Desde lo estético se puede reflexionar sobre el significado social de las cosas, considero que tal es el caso que aquí planteo. Con la existencia de una cartera con la que se puede visualizar la representación abstracta que este objeto encierra, convirtiéndose en una especie de símbolo, que si bien, no es una obra de arte, es una pieza elaborada que quizás con los años pueda convertirse en un objeto valioso para la construcción de memoria de un hecho histórico como el que sucede actualmente.

[1]  El billete de 100 bolívares, el billete de mayor denominación en el 2016 en Venezuela salió de circulación a finales de ese año como medida para parar el contrabando de las mafias en la frontera colombo venezolana. Desde entonces se han realizado dos nuevas incursiones de billetes: en el 2016 entraron 6 nuevos billetes de 500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000 los cuales por la hiperinflación no funcionaron y en el 2019 entraron otros tres más de diez mil bolívares, 20 mil bolívares y 50 mil bolívares.

[2] “Todo artefacto, por ser una cosa manufacturada, propicia una abducción que indica la identidad del agente que lo fabricó o lo creó” (Gell, 2011: 55)

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